Exiliado de la Unión Soviética desde 1929 y perseguido por el rencor de Stalin, Lev Davídovich Bronstein, mejor conocido como Trotsky, continuaba un largo peregrinaje por Europa temiendo por su vida cada vez que bajaba de un ferrocarril.
Sus partidarios en México consideraron que las condiciones en nuestro país eran las propicias para salvaguardar la figura del filósofo y político ruso. Fue así que en 1936 solicitaron al presidente Lázaro Cárdenas el asilo político correspondiente. La situación no era nada sencilla. Rusia exigía con mano dura la deportación de Trotsky a cualquier nación que pisara. Estados Unidos rechazó la concesión del asilo.
Diego Rivera, admirador del ideólogo ruso, fue un personaje clave en esta histórica acción. Su cercanía con el general Francisco J. Múgica, hombre de toda la confianza del presidente Lázaro Cárdenas, y su propia reputación de artista de primer nivel, jugaron a favor de Trotsky y en contra de importantes asesores del mandatario, quienes desaconsejaban contundentemente el recibir al escandaloso ruso y todo lo que su figura representaba, tanto en política exterior como en su condición de peligro para las bases de la Revolución Mexicana.
Finalmente, el 7 de diciembre de 1936 se oficializaba la resolución gubernamental en los medios impresos, aunque contrastaba con la actitud de gobiernos en todo el mundo. México era noticia internacional por el sencillo hecho de dar la bienvenida y proteger la vida de un hombre. Así las cosas, Trotsky y su esposa Natalia se embarcaron desde Noruega ese mismo mes con destino incógnito hasta su llegada a Tampico el 9 de enero de 1937. Ahí, Frida Kahlo los aguardaría junto a una comitiva especial.
Finalmente, el 11 de enero, en medio de enormes medidas de seguridad por parte del Estado y los trotskistas mexicanos, el matrimonio ruso llegó a la estación Lechería, en la capital de la República. León y Natalia bajaron repartiendo saludos, asombrados por tal muchedumbre. Grupos de obreros alzaban los puños orgullosos. Los estalinistas infiltrados esperarían su momento. Aún no era su ocasión.